En América latina ir a sacar dinero al cajero es una expedición digna de una misión imposible. Que esconde los rollos de billetes en el calcetín, que mételo en el sostén y que nadie te siga saliendo del banco. Que nadie sepa cuanto sacaste ni donde escondes el efectivo en casa. En Francia, nada de eso.
Hay tantos cajeros como panaderías y farmacias, y están en plena calle al lado de los mercados, de los bares, al pie de cualquier edificio residencial. Para sacar algunos euros, basta con meter la tarjeta, con chip incluido, en el cajero automatico, teclear un código secreto, decirle a la maquina cuanto dinero quieres y listo, escupe el billete.
Una cámara monitorea el más mínimo movimiento del cliente en caso de problemas. Hay que cuidar, claro, que ningún curioso haya memorizado el código. Un detalle. Aun así, los franceses pueden ir por la vida sacando dinero a altas horas de la noche sin temer.
Peligro, fraude
Lo peor que les puede pasar es que un malandrín altere el cajero y clone la tarjeta. En ese caso, en cuanto la víctima se da cuenta que alguien se esta divirtiendo con su Master Card en un casino, lo reporta a su banco que bloquea la tarjeta a cualquier hora sin costo alguno.
Asegurado hasta los dientes, el banco verifica si se trata efectivamente de un fraude. El proceso dura algunos días pero una vez que el cliente está libre de toda sospecha, el banco pone en la cuenta del susodicho el dinero robado. Ir a buscar unos cuantos billetes en Europa es tan común y corriente como estornudar.