En París cada estación tiene su encanto. En el otoño, es ciudad de luces cálidas y vientos frescos, el invierno es de los encierros pachoncitos, la primavera de las faldas y el verano del vacío.
Durante esta estación, la población cambia junto con el paisaje. Cuando no eran tiempos de crisis, el fenómeno podía durar los dos meses de julio y agosto. Ahora es más corto pero de similar intensidad. Las primeras señales se notan en el los transportes públicos. En los trenes, metros o buses… El que todo el año va parado durante su trayecto, encuentra un asiento para leer tranquilamente casi desde que se cierran las puertas del metro.
¿ Otra señal ? La gente en la ciudad está menos estresada por la sencilla razón que para acceder a ella, el periférico se ha liberado del tumulto de vehículos que llegan del área conurbada todos los días llenos de empleados que trabajan en París-intramuros.
En las calles donde se avanza milímetro por milímetro fuera de esta temporada, el parisino veraniego camina tranquilamente y casi con ligereza.
Los murmullos trepan a las ventanas
Y por las tardes, las terrazas de los cafés se llenan de pintas de cerveza y de vestidos escotados, cuando hace buen tiempo. Los murmullos de las charlas vuelan hasta los departamentos que dejan sus ventanas abiertas. Se escapa todo tipo de música y en las altas horas de las noches mas cálidas, los gemidos de los amantes.
Los turistas siempre presentes, se adueñan de las avenidas frecuentadas usualmente por sacos y corbatas. Las bicicletas salen de sus escondites para disfrutar del sol. Muchos prefieren ir a trabajar un poco sudorosos pero satisfechos de haber evitado el subterráneo.
Para los que tienen crisis de angustia en un París vacío que avanza a otro ritmo, lo mejor es ir a los parques, al bordo del Sena y del canal San Martín. Ahí se juntan todos los que quieren cenar sobre un mantel a cuadros, los que quieren beber un trago al aire libre y los que quieren quedar doraditos. Broncearse es un deporte nacional francés.
Además, la ciudad y varios actores culturales organizan festivales, conciertos, proyecciones de películas. Y los peques no se quedan atrás. Tienen a su disposición una cantidad de actividades en los museos, en las escuelas que se convierten en centros de verano y claro en París Playa.
Muchas veces criticada por su costo -1,5 millones de euros- esta playa artificial en la ciudad es una maravilla veraniega. Durante casi un mes, 800 kilómetros de arena se extienden sobre los bordes del Sena. Se llena de servilletas, de rastrillos y de gente que lee tanta prensa del corazón y tanta novela de intelectual. Hay música, helados, bebidas, una biblioteca, juegos y guardería para los niños. Estas 5 000 toneladas de arena se convierten en otra destinación turística de la capital : 50% de sus visitantes no son parisinos.
Ciertamente, las arterias principales de la ciudad se vacían. Pero París se llena de una atmosfera palpable únicamente en esta época.
Que bonito… un día estaremos ahí en esta época del año, disfruten el vacío temporal!!!
No habría manera de que nos pasarás un poco de esto a la locura de la ciudad de México?