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Mientras que un manto blanco ya había cubierto el país, la nieve hizo acto de presencia en París por la tarde-noche del viernes 18 de enero. Primero algunos copos, y luego una densa cortina.

Siguiendo los consejos de las previsiones meteorológicas, algúnos habían dejado sus autos en el garaje y habían optado por el metro. Los otros, conducían con cuidado, habían despolvado sus buenos modales y respetaban a la letra las indicaciones. Un comportamiento altamente anti-parisíno. Pero, las llantas que deslizan aplacan a cualquiera. A nadie se le había ocurrido sacar las cadenas que se les ponen para mejorar la tracción. Eso sólo se usa en la montaña.

Entonces, los carritos casi de juguete — que se usan en la capital para aprovechar de cualquier huequito de estacionamiento — estaban en dificultad. Cuando algún alma caritativa veía que uno no lograba subir la cuesta, simplemente lo empujaba. Una escena inusual en una ciudad donde a uno le puede dar el patatús en media estación de metro y nadie se va a dignar a siquiera mirar.

Hubo mucha solidaridad en este fin de semana helado. Pero eso no es nada, a pesar de las bajas temperaturas, los dientes no decidieron quedar escondidos en su cavidad, como de costumbre. Descubrir el espectáculo invernal puso de buen humor a más de uno.

Guerra urbana

Los niños, que juegan muy poco en la calle, habían declarado une guerra de bolas de nieve a todo el que pasaba. Los menos niños hicieron lo mismo y hasta se entrenaron para el ski en la loma de Montmartre. Un record de amabilidad que sólo igualó el record de nieve : once centímetros. No se había visto un tal fenómeno desde 1987.

Este lunes, ya casi todo se había derretido y la blanca paréntesis se había cerrado. Los parisínos volvieron a sus actividades normales y a su estado hostil natural. Pero no hay que desesperar, un nuevo frente frío se avecina.