En el imaginario colectivo mundial, el francés, con su baguette bajo el brazo, su bigotito acariciándole el labio superior y una boina cubriéndole la cabeza, se alimenta básicamente de queso apestoso, de croissants e hidrata todo esto con vino tinto de Burdeos, claro está. Sólo que el paisaje gastronómico galo esta más variado, cosmopolita y audaz que nunca.